EDITORIAL | EL DELEGADO DE LOS TECLADOS: RICARDO FERNÁNDEZ 

EDITORIAL | EL DELEGADO DE LOS TECLADOS: RICARDO FERNÁNDEZ 

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El supuesto delegado que dejó las viñas por el teclado y los principios por un sillón.

Redacción Periodismo de Opinión ✍️ Diario Digital CM24HORAS

Ricardo Fernández se presenta como el gran defensor del trabajador vitivinícola, el delegado combativo, el que “no se calla nada”. Pero detrás del personaje de redes sociales, se esconde una historia mucho menos heroica y bastante más cómoda. Porque Fernández hace tiempo que no pisa una asamblea, ni se mezcla con los trabajadores que dice representar. Prefiere el escenario virtual: ahí, desde la comodidad de su sillón —tal vez el mismo que promocionó en Facebook— lanza sus “denuncias” y críticas al aire.

El supuesto delegado sindical, que dice defender los derechos del obrero, ya no defiende más que su propio protagonismo digital. Mientras los demás discuten, debaten y ponen el cuerpo en las asambleas, él se dedica a comentar, a acusar y a jugar al delegado indignado. Su activismo se resume en un puñado de publicaciones desde el teléfono, donde posa de valiente mientras por detrás levanta la copa junto a los mismos que dice enfrentar.

Porque no hay que olvidarlo: Fernández fue uno de los que públicamente apoyó la gestión de SOEVA Tunuyán, una gestión marcada por el escándalo, el enriquecimiento y la corrupción. Y para completar el cuadro, en sus redes sociales promocionó la venta de un sillón odontológico adquirido nada menos que a Belén Anchi, secretaria general de esa misma organización. Sí, la misma Anchi involucrada en causas por lavado de dinero y enriquecimiento familiar.

Y la pregunta cae sola: si Fernández es tan solidario y dice luchar por el bienestar de los trabajadores, ¿por qué antes de vender ese sillón no lo donó al sector vitivinícola? Tal vez habría sido la primera vez que su “lucha” se transformaba en un gesto concreto.

El paladin de los autoconvocados usa el nombre de los trabajadores de la vid como bandera para su show personal. Ni siquiera su recibo de sueldo refleja los días que no trabaja; parece que la lucha obrera, para algunos, también tiene franquicia.

Fernández encarna a la perfección a esos falsos paladines de la moral: gritan por Facebook, posan de justos y se alimentan del escándalo, pero viven cómodamente del mismo sistema que critican.

Porque hay algo que nunca falla: los que más hablan de corrupción, son los que más temen que alguien les corra la máscara. Y Ricardo Fernández, sin duda, hace rato que vive de su propio teatro.