Discusión a los gritos, acusaciones cruzadas y una ausencia elocuente. La CGT volvió a dejar en claro que con el kirchnerismo mantiene un vínculo más táctico que ideológico. ¿Desplante o estrategia?
En un país donde la calle ha sido siempre termómetro del poder, la decisión de la CGT de no sumarse a la marcha en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner no es un gesto menor. No es simplemente una ausencia. Es un mensaje. Un posicionamiento que, aun sin decirlo con todas las letras, pone en evidencia la grieta interna del peronismo, especialmente entre el sindicalismo tradicional y el kirchnerismo duro.
La jornada del martes fue testigo de un nuevo capítulo de desencuentros. La CGT no se presentó a la reunión pactada en la sede del Partido Justicialista y, en su lugar, llamó por teléfono para avisar que “no estaban dadas las condiciones”. La excusa, vinculada a cuestiones de “seguridad” y a la incertidumbre sobre cómo serían recibidos, no hizo más que encender las alarmas sobre el deterioro del vínculo entre las centrales obreras y el corazón del cristinismo.
Más allá de la tensión, lo verdaderamente revelador fue la discusión interna que estalló en la CGT. Según trascendidos, hubo gritos, pases de factura y un Hugo Moyano en modo frontal, acusando al kirchnerismo de haber sido históricamente egoísta con el movimiento obrero. “Siempre relegaron al peronismo y al sindicalismo”, habría dicho. No fue el único. Otros dirigentes fueron aún más tajantes: “La CGT no es la Gendarmería de Cristina”.
Este tipo de declaraciones, aunque off the record, pintan con crudeza el clima puertas adentro de Azopardo. El comunicado que la central emitió posteriormente —titulado con tibieza “Manifestación de acompañamiento a la compañera Cristina Fernández de Kirchner”— no alcanza a disimular la incomodidad. No menciona la marcha. No llama a movilizar. Apenas deja libertad de acción a los gremios que, por convicción o alineamiento, quieran hacerlo.
En los hechos, solo marcharán los sindicatos identificados con el kirchnerismo. La mayoría, dicen desde la cúpula cegetista, “no va a ir”. Y no es solo por convicción política: muchos de sus dirigentes están más preocupados por su futuro electoral que por quedar pegados a una figura tan polarizante como Cristina.
El caso Pablo Moyano sirve de ejemplo. Su visita reciente a la ex presidenta fue interpretada por varios como un gesto aislado, más personal que orgánico. Hoy está fuera de la CGT y hasta relegado en el propio sindicato que fundó su padre.
Lo cierto es que la CGT, acostumbrada a moverse con cautela, eligió el cálculo. Prefirió evitar una foto incómoda, en un contexto donde cada paso puede tener costo electoral. Pero también, y esto es quizás lo más significativo, volvió a mostrarse distante del kirchnerismo, un vínculo que nunca terminó de soldarse, ni siquiera en los momentos más difíciles del Frente de Todos.
La marcha a Plaza de Mayo se hará, con o sin la CGT. Pero lo que queda claro es que el sindicalismo peronista ha optado por preservarse. Por mirar desde la vereda. Y, quizá, por esperar a ver hacia dónde sopla el viento.
